Sara Sáez — Sucedía el pasado 22 de marzo: Giorgio Armani anunciaba, vía comunicado oficial, que la piel animal no volvería a estar presente en sus colecciones. Y lo argumentaba así: "El progreso tecnológico ha hecho posible nuevas alternativas que hacen de esta una práctica innecesaria. Continuando el proceso que iniciamos hace muchos años, mi empresa da ahora un importante paso adelante, reflejo de nuestra atención a las cuestiones críticas del medio ambiente y las condiciones de los animales". El (viejo) debate, pues, está otra vez servido: ¿pieles sí o pieles no? No, no es tan sencillo.
Por descontado, la decisión fue aplaudida de inmediato por múltiples asociaciones ecologistas. “Que Armani anuncie su determinación de no volver a usar pieles es muy importante, por el peso que tiene su nombre y por cómo su decisión puede influir en el resto de la industria de la moda”, concede Javier Moreno, de la organización ecologista Igualdad Animal, a Vogue.es. El maestro italiano es, en realidad, el último en sumarse a la cada vez más larga lista de firmas que apuestan por el trato ético de los animales, tras Hugo Boss (que anunció la misma medida el año pasado), Ralph Lauren, Calvin Klein, Tommy Hilfiger, Steve Madden, American Apparel, Topshop, Todd Oldhamm y las pioneras Vivienne Westwood y Stella McCartney. Y, sin embargo, las pieles están más presentes que nunca en las pasarelas (este ha sido el otoño/invierno de la locura por las estolas de zorro, sin ir más lejos), defendida por Michael Kors o Karl Lagerfeld. El diseñador alemán, director creativo de la muy peletera Fendi (en 2015 hizo debutar la lujosa línea Haute Fourrure), lo justificaba con su proverbial sarcasmo: “Es muy fácil decir no a las pieles, pero no hay que olvidar que se trata de una industria. ¿Quién pagará a todos sus desempleados si desaparece? Las organizaciones que están en contra de su uso no son Bill Gates”. En efecto: este es un negocio con un mercado valorado en 35.000 millones de euros anuales y que da empleo a más de un millón de personas en todo el mundo, con Dinamarca, Finlandia y China a la cabeza de su producción, según datos de la International Fur Trade Federation (IFTF), el organismo que representa las distintas asociaciones nacionales de la industria peletera. Desde luego, no es tan fácil.
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Todos los jugadores en esta liga (peleteros, consumidores, diseñadores y ecologistas) creen que es necesaria una estricta legislación que controle la procedencia de la materia prima, aunque su precio alcance cantidades astronómicas. Aunque, como asegura Javier Moreno, “resulta muy complicado hacer análisis e identificar este tipo de pieles que acaban llegando, de una forma u otra, al mercado europeo”.
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Por el momento, el trabajo de los grupos animalistas se centra en los consumidores, cuya mentalidad está cambiando a pasos agigantados. “La sociedad está más concienciada cada día con el sufrimiento de los animales. Los abrigos de pieles ya no son vistos como símbolo de glamour, sino como algo incluso anacrónico”, continúa Moreno. Si a ello unimos el cambio climático, con inviernos cada vez más clementes, y saber que no son tan funcionales como parece (lo que verdaderamente protege del frío es la capa grasa del animal), la cuestión se queda en simple estética. Y ya se sabe que no hay estética sin ética. Quizá por eso, la investigación industrial y científica se ha posicionado en favor del movimiento 'fur free'.
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Con todo, siempre habrá alguna excusa para seguir consumiendo pieles. Por un lado, están quienes opinan que, ya que el animal se utiliza como alimento, por qué no aprovechar también su piel. Pero el problema sigue siendo el mismo: “Los animales son maltratados brutalmente tanto por la industria cárnica como por la peletera. Por eso es necesario informarse sobre esta terrible realidad”, dice Moreno. Por otro, existe una corriente que asegura que el uso de abrigos, gorros y demás piezas 'vintage' es una forma de consumo sostenible, ya que con ello se recicla una prenda abocada al vertedero. Otro punto en desacuerdo dentro de la lucha animalista, que apuesta por dejar de vestir cuero, napa, ante o pelo animal en favor esos tejidos de nueva generación y tan alta calidad que ya conocen como 'lujo respetuoso' o 'lujo verde'. Ejemplo de ello es el trabajo de la diseñadora Hannah Weiland, que en unos años ha conseguido colocar su marca, Shrimps, como un referente de la piel sintética de lujo. “Gracias a la tecnología, puedes producir sucedáneos con el mismo nivel de suavidad, calidad y calidez que las pieles reales”, explica.
Igual de elegantes, más baratas y, encima, comprometidas con la protección del medio ambiente. Abrigos, chalecos, bolsos, gorros de piel sintética de texturas, colores y volúmenes diversos. Listos para lucir en cualquier momento.
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La revolución 'fake' que comenzara en los sesenta parece ya una realidad. “Se está desarrollando cuero a partir de células”, asegura Javier Moreno a propósito de un proceso que suena a ciencia ficción pero que ya se está llevando a cabo con éxito. El experto en biotecnología Andras Forgacs, cofundador de la empresa Modern Meadow, explica el proceso: “Simplemente, consiste en tomar células de un animal a través de una simple biopsia y aislar estas para multiplicarlas en un medio de cultivo celular. Luego se estimulan para que produzcan colágeno, el tejido colectivo de las células y principal componente del cuero, y este se extiende para formar láminas delgadas que se aplican unas sobre otras”. Con estas capas, y a través de un proceso de curtido, se obtiene un cuero con el que es posible confeccionar desde un bolso hasta la tapicería de un coche y, además, controlando sus propiedades: ajustar la suavidad, la durabilidad, la elasticidad e, incluso, el dibujo. “Imitar a la naturaleza es, en cierto modo, mejorarla”, concluye el científico. Por fin, un hallazgo que podría dejará a los animales definitivamente en paz. Aunque no sea tan fácil.
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